Sintetizar la historia del baile, sus tipos, escuelas y protagonistas destacados en un texto de corrido nos parece un salto mortal hacia el vacío. Tan solo las creaciones por soleá del Güito, un chico imberbe cuando llegó al Corral de la Morería, lo que se forjó en la compañía de Pilar López, en la que quienes ella llamó «mis niños» cambiaron el devenir de los tiempos, y lo que Matilde Coral y el resto de la Escuela Sevillana hizo con las muñecas merecería una serie de libros.
Digamos, como punto de partida, que el baile flamenco es una manifestación artística de enorme riqueza que a través del movimiento y la coreografía es capaz de expresar sentimientos profundos. Uno de los tres ejes, junto al cante y la guitarra, declarados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2010. El eje, además, que más puertas ha abierto a lo largo de todo el planeta desde hace más de un siglo. Y en los coliseos más importantes.
Escuela bolera y flamenco
El terreno en el que nos movemos, en continua investigación, está vivo. Y las últimas teorías arrojadas por el musicólogo Faustino Núñez, así como el periodista y escritor Juan Vergillos en ‘Nueva historia del flamenco’, otorgan un mayor peso a la evolución de los cantos y bailes nacionales y de palillos de finales del siglo XVIII y principios del XIX, es decir, a las academias, que a lo que surgió en los barrios, en las familias, en la referencia a su origen.
Lo jondo, sin duda, surgió en un contexto de multiculturalidad. En la escena, como apunta Vergillos, «romántica bolera, como síntesis de tradiciones coreográficas, musicales y literarias andaluzas, gitanas, negras, americanas, francesas e italianas». La escuela de baile bolero y el baile flamenco tuvieron un desarrollo artístico parejo a partir de los elementos populares, folclóricos, y se aportaron de forma mutua en el país europeo donde más estilos de danza han convivido. Tenemos, en este sentido, un sinfín de hitos que, hilvanados todos, desembocan en la rica escena artística de la que disfrutamos hoy.
Lo que sucedió en los cafés cantantes, con leyendas como La Macarrona, célebre en el sevillano Café del Burrero, en el Romero, de la calle Atocha, ya en Madrid, y en París, es tan solo una de las numerosas etapas. Los espectáculos de variedades que se programaban entonces y, más adelante, los de la Ópera Flamenca, que da comienzo en los años 20 y concluye, como tal, con el estallido de la Guerra Civil, también fueron trascendentales.
Cómo el flamenco llega a las plazas de toros convertido en un gran show de masas. Cómo, después, en los 50, una nueva forma de espectáculo se forja en los tablaos, polos creativos en los que los artistas aprenden el oficio y donde el baile tiene un protagonismo central, y, por otro lado, en los festivales, donde la afición y la crítica están más enfocadas al cante.
Grandes creadores
Compañías como la de Pilar López, hermana pequeña de La Argentinita que llegó a conocer y trabajar con figuras como Pastora Imperio y Amalia Isaura, llevaban años de trabajo, viajes y andanzas. En sus montajes, estrenados con sumo éxito por todo el mundo, se colaron piezas de música clásica, sobre todo, del llamado nacionalismo musical: Falla, Albéniz… también Joaquín Rodrigo con el ‘Concierto de Aranjuez’.
Además, se vieron influenciados por los grandes ballets rusos y, por ende, los de todo el planeta, con los que a menudo compartían cartel. En el seno de aquella compañía, por entender su importancia, coincidieron artistas como Mario Maya y Antonio Gades, que continuaron con aquella «ética de la danza», el ya citado Güito y Farruco, abuelo de Farruquito. Le siguieron dando altura a lo que ya estaba elevado. Con los años llegaría el Ballet Nacional de España y, después, el Ballet Flamenco de Andalucía, este sí, específicamente vinculado a lo jondo.
Cuando la dramaturgia penetró en el baile, antes de todo aquello, lo llevó por otros derroteros: a beber del teatro. Y el baile, por supuesto, también llegó al cine, con largometrajes totémicos, como ‘Duende y misterio del flamenco’ (1952), de Edgar Neville, y ‘Los Tarantos’ (1963), este, con argumento. Cabe recordar que la primera mujer grabada en movimiento de la historia fue una bailaora almeriense: Carmen Dauset. Lo hizo, agárrense, en 1894.
La catalana Carmen Amaya, de estilo fortísimo y cruento, supuso un hito. También, bastante antes, Vicente Escudero, tan conectado a las vanguardias. Otros exponentes han sido Antonio El Bailarín, La Singla, Manolete, Matilde Corral, que desarrolló el más femenino de los estilos, el de la escuela sevillana que parte de Pastora Imperio, La Chunga, Cristina Hoyos, Manuela Carrasco, Blanca del Rey, con su popular soleá del mantón, Merche Esmeralda…
Todos estos artistas caminaron, y caminan, pues algunos aún viven y están en activo, sobre hombros de gigante. Es decir, crearon sobre lo que antaño otras figuras habían hecho. La Cuenca, por ejemplo, fue la primera en vestirse con pantalón, entonces un vestuario exclusivo para los hombres, colocando con su hazaña una primera piedra para que otros levantaran el castillo.
Tipos de bailes
Bailes, dicen, hay tantos como palos. En realidad, muchos más: tantos como bailaores con sello propio, pues algunos incluso ejecutan sus movimientos en silencio, como Israel Galván, ¿qué palo es ese? La soleá, la farruca, las alegrías, bulerías, los tientos y tangos, la guajira, casi siempre acompañada de abanico, y la sevillana son algunos de los más recurrentes. También el martinete, desde que Antonio El Bailarín lo hiciera a palo seco, claro, frente al tajo, en Ronda, los fandangos, las rumbas, el polo y la caña, entre otros.
Todos ellos tienen estructuras y movimientos propios: esquemas que utilizan los bailaores y coreógrafos para armar y ordenar sus ideas. Las alegrías, por ejemplo, tienen una salida con su subida, llamada y cierre antes de la primera letra del cante. Después llegará el marcaje del compás, el paseo, nuevos remates, escobilla, falseta… hasta el cierre final. Como el toreo, siempre en alto.
Bailes, dicen, hay tantos como palos. En realidad, muchos más: tantos como bailaores con sello propio, pues algunos incluso ejecutan sus movimientos en silencio, como Israel Galván, ¿qué palo es ese? La soleá, la farruca, las alegrías, bulerías, los tientos y tangos, la guajira, casi siempre acompañada de abanico, y la sevillana son algunos de los más recurrentes
Hay bailes donde priman los pies, como la seguirilla, mientras que otros son más de hombros; o, mejor, de torso para arriba. Está el que se interpreta con chaquetilla, el de mantón, bata de cola, abanico y palillos. Bastantes elementos pueden verse en el estilo más clásico. Pero las posibilidades, ya en lo experimental y vanguardista, parecen tender a infinito. Así Manuel Liñán y Eduardo Guerrero, asiduos del Corral de la Morería, Israel Galván, Andrés Marín, Sara Baras, María Pagés, Eva Yerbabuena, Rocío Molina o Patricia Guerrero utilizan todo tipo de recursos en escena: de corsets a boinas, cadenas y chisteras.
El baile flamenco, como decíamos al comienzo, es una expresión cultural que se ha enriquecido a partir de otras. Esto es, a base de absorción. Ha bebido de la pintura y del folclore, de la música clásica, del teatro y del cine, también de otros géneros musicales, de la literatura, de la escultura, la moda, la tauromaquia y cualquier otra manifestación artística que haya servido de inspiración al creador. También cambió según la escena: academias, cafés cantantes, ferias y romerías, festivales, tablaos, donde continúan su evolución natural, teatros…
Cuando Eva Yerbabuena abrió la Ópera de Sydney en 2007 este relato era ya de una dimensión, complejidad y belleza incalculable. Se me ocurre terminar mencionando que La Macarrona conquistó París en 1889 en una Exposición Universal. La etiqueta nos acompaña de largo.