El cante, de manera tradicional, se ha transmitido por vía oral. Esto, en su desarrollo, ha provocado la creación todo un entramado con palos, estilos y versiones de los más variadas. La transmisión oral, de alguna forma, favoreció la creatividad de los intérpretes, que hacían suyas las letras y los cantes que escuchaban.
La transmisión oral favoreció la creatividad de los intérpretes, que hacían suyas las letras y los cantes que escuchaban.
Podemos establecer diferentes clasificaciones de los cantes. Por ejemplo, en función de su origen o en función de su territorio. También podríamos dividirlos entre los dramáticos y los festivos, entre los populares y en desuso. La baraja de palos es muy amplia y habla, en su conjunto, de la riqueza de la que goza este género que en Corral de la Morería, donde se interpretan todos esos cantes, tiene uno de sus templos históricos.
Soleá, bulería y bulería por soleá
En un compás de amalgama de doce tiempos se cuadra la soleá, compuesta por estrofas de entre tres y cuatro versos octosílabos. Tienen su origen estos cantes donde encontramos la mayor variedad de estilos, cada uno con una melodía e intención diferenciadas: Triana, Alcalá, Utrera, Lebrija, Cádiz, Jerez y, menor medida, Córdoba. La bulería, con esa misma estructura rítmica, pero más acelerada y con acentuaciones y matices distintos, tiene carácter festivo. A medio camino entre una y otra está la soleá por bulería y la bulería por soleá. Algunos de los máximos exponentes de estos cantes actuaron en el Corral de la Morería, como Fernanda de Utrera, de quien se han cumplido 100 años de su nacimiento.
Párrafo aparte merecen el polo y la caña, viejos cantes sobre ese mismo compás con unas características escalas que se repiten. Igual que la bambera que creó la Niña de los Peines a partir de los cánticos de columpio. Los jaleos extremeños, festivos como la bulería, son unos cantes propios de los gitanos de la Plaza Alta de Badajoz y otras localizaciones próximas.
Tonás
Son estos los estilos sin acompañamiento de guitarra. Solo la voz y, si acaso, el golpe de un yunque para los cantes vinculados a las fraguas, como los martinetes. Las saetas por seguirillas, las carceleras y las deblas serían otras tonás. En muchos casos, se originan junto a las labores, tal es el caso de la trilla y la temporera.
Seguirillas, livianas y serranas
El más dramático de los cantes del flamenco que podemos presenciar en un espectáculo es la seguirilla. También tiene compás de amalgama, aunque invertido con respecto a la soleá. Solemne y con una rica variedad armónica y melódica, suele remartarse por cabales, una seguirilla en tonos mayores. Próxima a la seguirilla encontramos la liviana, que exige menos al intérprete, y la serrana, algo más brava.
Fandangos y sus derivados
Del fandango, tan popular en provincias como Huelva o Granada, derivan un sinfín de palos con los comparte estructura (escritos en quintilla, por ejemplo), aunque varíen tonos, cadencias y melodías. Por un lado, los cantes de Levante: tarantas, tarantos, mineras, cartageneras, murcianas… Por otro, la granaína y la malagueña. Y finalmente, los estilos abandolaos: rondeñas, jaberas, jabegotes…
Catiñas
Propios especialmente de Cádiz, aunque con otros estilos en Sevilla e incluso Madrid, las cantiñas engloban ese racimo de cantes festivos en tonos mayores que en su origen están vinculados a músicas tan variadas como los pregones y las jotas aragonesas. Las cantiñas son las alegrías, romeras, mirabrás, caracoles, con escenarios madrileños como la Puerta de Alcalá, la rosa y las cantiñas propiamente dichas. Su compás es de doce tiempos.
Cantes de ida y vuelta
Las guajiras, vidalitas, milongas, colombianas, habaneras y rumbas componen, en gran medida, los cantes que surgen de la comunicación entre España y América. Son, en realidad, el resultado de aflamencar sonidos de la otra orilla del Atlántico, de ahí los exotismos.
Tientos, tangos y otros estilos en desuso
“Un, dos, tres y…”, dicen quienes con la palabra indican la seña de identidad del compás del tango, otro estilo con el que celebrar. Si se atempera su compás, caemos en el tiento. Relacionado con esto está el tanguillo gaditano, que cae en la polirritmia, como el zapateado, que no se cante, sino que pertenece al terreno del baile y la guitarra. Sobre el compás de tiento nos encontramos con palos más impopulares, como la farruca, el garrotín y la mariana. La petenera, por otro lado, es otro estilo de escasa popularidad, pero enorme dramatismo.