Podemos establecer dos grandes tipologías a la hora de referirnos a las palmas flamencas. Según el sonido que se busque, por un lado. Y según el compás que ejecute, por otro. ¿Qué es eso de las palmitas sordas que tanto se dice por estos lares?
Pues no es otra cosa que una diferenciación según la colocación de las dos manos y, por tanto, del sonido que emana al percutirlas. En este sentido, las palmas pueden ser abiertas, provocando un sonido más agudo, o cerrada, es decir, sorda. El sonido de esta última es más grave y seco. Lo difícil: saber cuándo utilizar cada una.
Todo dependerá de la situación. Por ejemplo, cuando queremos que se nos escuche con intensidad, la palma abierta, más sonora, es la que ha de dictar el ritmo, por ello casi siempre se emplea en los remates. Cuando se trata de escuchar al cante, sin embargo, verá como todos los palmeros, rápidamente, cambian el tercio a sordas.
Para llevar una medida más exacta, casi como un cronómetro, los artistas suelen acompañar la palma con la planta del pie, para así otorgar mayor entidad al compás. Y es el compás, llegados a este punto, lo que nos conduce a la siguiente clasificación: según los palos.
Se pueden hacer todo tipo de juegos con ellas. Sin embargo, como alguna vez ha explicado en público Rafael de Utrera, cantaor y acompañante habitual de Vicente Amigo, lo más complejo es «mantenerse siempre igual. Permanecer minutos y minutos tocando un mismo compás sin salirse, arropando al compañero y jaleando a un mismo tiempo»
Las palmas marcan el ritmo, las acentuaciones. También redoblan, empleando el contratiempo, cuando queremos producir un efecto rítmico variado. Los espectadores, de hecho, suelen aplaudir cuando los palmeros derrochan en algún momento su virtuosismo. Para el baile son imprescindibles, y han de seguir lo que establecen los pies del bailaor o la bailaora. Para la guitarra y el cante, a no ser que estemos ante un recital sin demasiados elementos, también, sobre todo en los estilos rítmicos: la bulerías, los tangos, las alegrías… La seguirilla y la soleá también tienen su compás propio. Como el de la bulería, ambos son de amalgama, aunque cambia la acentuación y el tempo. En el tanguillo, como en el zapateado, prima la polirritmia y los redobles. Los tientos son tangos lentos. La soleá por bulería y las cantiñas, variaciones de los anteriores.
Se pueden hacer todo tipo de juegos con ellas. Sin embargo, como alguna vez ha explicado en público Rafael de Utrera, cantaor y acompañante habitual de Vicente Amigo, lo más complejo es «mantenerse siempre igual. Permanecer minutos y minutos tocando un mismo compás sin salirse, arropando al compañero y jaleando a un mismo tiempo».
«¡Paco de Lucía reivindicó a los palmeros en el disco ‘Cositas buenas’! Ahí menciona a los que dicen ole, los que tocan las palmas, que son la sal del guiso», cuenta con gracia el bailaor Torombo, quien por todo el mundo las ha tocado. Quizá por ello sea de justicia mencionar algunos de los más célebres: Bobote, Rafael El Eléctrico, El Chícharo… En la actualidad, algunos de los que acompañan a las primeras figuras son Manuel Valencia, Manuel Cantarote y Los Melli, dos hermanos onubenses que crean y recrean golpeando las palmas de las manos cada vez que deciden pisar un escenario.